La Argentina es un país sin indios
Las campañas militares que el Estado Nacional encaró a fines del siglo XIX para someter a los pueblos indígenas inauguran, por casi una centuria, la explicación respecto al destino de las comunidades originarias: el discurso de la “eterna extinción”. Este discurso forma parte de un “no relato” o un “no evento” (Troulliot 1995), es decir un silencio con pocas menciones breves, ambiguas y contradictorias respecto a lo que había pasado con los indígenas argentinos. El punto de partida de dicho relato es una supuesta “extinción” generada por la Conquista del Desierto. Extinción celebrada como un éxito civilizatorio que, tiempo después, adquirió en algunos sectores de la sociedad la forma de lamento o denuncia en términos de una Argentina los indígenas son pensados como marginales, pocos en número, sobrevivientes en algún rincón del territorio o bien impuros, en tanto ya habían sido asimilados –mestizados con la población criolla.
En ese contexto, las políticas de exterminio no fueron analizadas por la historia argentina, salvo en la propia historiografía militar que autodenominaba a la expansión como una gesta patriótica. Se daba por sentado que nuestro país era un país sin indios, conformado por un aluvión inmigratorio y, por tanto, “descendía de los barcos”. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX, diversos investigadores comenzaron a indagar en el destino final de los indígenas sometidos y a utilizar el concepto de “invisibilización” para explicar las políticas de silenciamiento de “lo indígena”.
Enrique Mases es uno de los investigadores que pertenece a este último grupo. Publicó en 2002 una de las primeras obras que analizaba en forma sistemática, a través de fuentes oficiales, eclesiásticas y periodísticas, el proceso de reducción, deportación y distribución de los indígenas desde los territorios incorporados en Pampa y Patagonia hacia los polos de desarrollo económico del país, el impacto de esa situación en la opinión pública –principalmente porteña– y los debates suscitados por el devenir de los indígenas sobrevivientes hasta su total incorporación en el cuerpo de la nación. De igual forma, Marcelo Lagos (2000) hizo lo propio para el Gran Chaco analizando las políticas de violencia sistemática con el avance sobre la frontera del nordeste argentino.
Desde entonces, una serie de trabajos han revelado las políticas de dispersión, de concentración, así como otras formas de invisibilizacion/cambio de la identidad a través de bautismos o la incorporación forzada de indígenas a las filas del ejército. También son conocidos los sistemas de distribución de prisioneros que fueron implementados a partir de la década de 1870, no solo en la Conquista del Desierto, sino también en la Conquista del Desierto Verde. La invisibilizacion fue, entonces, una política que incluyo el desmembramiento de las comunidades indígenas, procesos de “demarcación” identitaria, además de prácticas de incorporación violenta de niños, mujeres y hombres a espacios institucionales ajenos (desde las Fuerzas Armadas, hasta reducciones estatales y misiones religiosas, pasando por casas de familias y estancias de terratenientes o ingenios azucareros en el norte). Este tipo de políticas sumaron, a la enajenación del territorio indígena, la enajenación de los “cuerpos”, de las identidades de los sujetos que dejaron de ser percibidos por el imaginario social como indígenas, para subsumirse en sectores marginales bajo las denominaciones de “peones”, “domesticas” o, simplemente “paisanos”.